Algunos piensan que la producción, es decir el proceso industrial, es un desafío del pasado, su papel en la actividad económica parece haber disminuido y haberse hecho en gran parte
secundario. Se afirma que el futuro radica en la creación y la venta de servicios. El avance de la tecnología en los últimos años ha dado lugar al surgimiento de una experiencia de mercado con mayores aportes de valor para el cliente y mejores plazas para los propietarios, esta nueva modalidad de hacer negocios ha causado gran competencia con el método tradicional; la compra y venta de servicios realizadas de manera presencial, frente al denominado e-commerce o comercio electrónico basado en las ventas online; esto sumado que hay tendencias en países del primer mundo de dejar a un lado la producción y convertir su economía basada en los servicios y la tecnología. La producción se relaciona con el problema de la contaminación, y con una reputación de relaciones laborales anticuadas.
Pero estos argumentos son engañosos. En algunos aspectos, es cierto que la importancia de la producción está en disminución, pero los análisis macro económicos limitados a la estadística del sector manufacturero subestiman el verdadero impacto económico de las actividades de producción. Muchos servicios deben su existencia a la producción.
Así como en países de gran potencial agrícola existen industrias procesadoras de alimentos y productos hortícolas, se requiere un sector manufacturero fuerte y competitivo para crear un sector de servicios saludable.
Los servicios están a menudo íntimamente relacionados al proceso industrial, ya sea como
proveedores o como resultado de las actividades del mismo. Muchos creadores de “software” tratan de desarrollar programas para el control de procesos o la gestión de inventarios. Los agentes y los servicios postventa de coches no podrían existir si antes no se hubiera producido coches de la marca “Nissan”, “VW”, “Ford” etc. Hace 10 años podríamos pronosticar lo que hoy en día son los aparatos de TV, digitales y en un alto porcentaje son “software”, conocidas como “smart tv”. Pero hay que tomar en cuenta que el “software” cumple su función sólo si ha sido producido el “hardware”. Ello no quiere decir que el proceso industrial dirige el resto de la economía. No todos los servicios dependen de la producción. Los servicios de viaje o financieros, por ejemplo, podrían existir sin el sector manufacturero.
La fuerza de una economía se basa en la integración entre el sector industrial y los sectores
agrícola y de servicios. Comprender el nuevo papel de la producción significa considerar esta función como algo más que la mera transformación de materias primas y componentes en productos utilizando capital y mano de obra.
Esta definición es demasiado tradicional. Debería ser vista como un medio para añadir más valor para el cliente de la manera más productiva posible. Pero la productividad en este contexto, también requiere una nueva definición. Esta no puede considerarse solo como la máxima cantidad de rendimiento con el nivel más bajo de recursos. Se trata de responder de la mejor manera posible a las necesidades del cliente a través de un inteligente despliegue de recursos.
La importancia de la fabricación viene dada porque continúa siendo un componente clave de la actividad económica, porque su impacto puede sentirse fuera de los límites tradicionales de las industrias transformadoras y porque es el substrato que alimenta a las nuevas industrias de alta tecnología.
Por todo ello, los directores generales no deberían delegar completamente la dirección de la
función de fabricación en unos pocos especialistas. Cualquier director general, sin estar inmerso en las operaciones diarias, debería conocer cuáles son los desafíos asociados a la fabricación para contribuir a dar forma a las futuras estrategias y políticas de dicha función.
Los directores generales deberían entender también el papel que la fabricación puede desempeñar en el crecimiento de una empresa. Hayes & Wheelwright han propuesto un modelo sencillo que representa la actitud de las empresas frente a la fabricación. Este modelo funciona para la selección estratégica del modelo de producción más adecuado, evaluando el entorno producto-mercado. Proponen entonces cuatro estados:
Estado I: las empresas manufactureras consideran que su organización debe ser internamente neutral, que su papel es simplemente hacer las cosas. Estas empresas creen que sus diseños de productos son tan especiales o su modelo de comercialización tan poderoso que, si el producto puede ser entregado a los clientes, como la publicidad, la empresa tendrá éxito.
Estado II: las empresas miran hacia el exterior y consideran que su proceso de fabricación debe ser neutral y que solo sea capaz de cumplir las normas impuestas por sus principales competidores. Estas empresas tienden a adherirse a las prácticas de la industria y a los estándares de ésta.
Utilizan como estrategia comprar partes, materiales y equipo de producción de los mismos
proveedores que sus competidores, siguen planteamientos similares a la calidad y el control de inventario, establecen relaciones similares con su mano de obra, y consideran que los técnicos y gerentes pueden ser sustituibles y conseguidos de otras empresas en la industria.
Estado III: las empresas tienen una organización en la cual sus procesos de fabricación son
desarrollados internamente, con una adecuada coordinación de conjunto de la fabricación de las decisiones estructurales y de infraestructura a la medida de sus estrategias competitivas específicas.
Estado IV: los procesos de manufactura de las empresas deben articular su estrategia con la estrategia de su organización; es decir, ésta debe jugar un papel clave para lograr una ventaja sobre sus competidores. Estas empresas no son simplemente copiadoras de sus competidores.
Tratan de ser tan buenas como cualquiera; es decir, buscan ser de clase mundial.
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